Describir lo que sucedió en mi mente y cuerpo después de mi primer Ultramaratón en trail, representa todo un reto. Aún no me bajo de esa montaña rusa y ya me quiero volver a subir. Experimentar tantas emociones y pensamientos en siete horas y media fue todo un viaje interno que me hizo conocerme más a fondo. Recaí muchas veces, me sentí fracasado, lloré, maldije la ruta (mucho), pero fueron más los episodios de fortaleza y agradecimiento.
Había entrenado muchas veces por la zona, pero jamás imaginé que sería tan difícil. El pensamiento que me mantuvo de pie en todos los kilómetros
fue: “Dios está en todo lo que veo, porque Dios está en mi mente”. Y así fue. Le pedí a la vida que me
permitiera finalizar y llegar entero a la meta. Le pedí a mi angelito Toño que
corriera conmigo, de mi lado, y así fue. Lo vi a mi lado, sonriéndome y
echándome porras. A él le entrego este reto. Nunca estuve abandonado y me sentí
pleno y despierto.
Horas antes de la carrera dormí 5 horas. Preparé mi mochila
de agua y mis accesorios con mucho nerviosismo. Pasé por mi amigo Héctor a las
5:20am y nos fuimos a Rancho Casian, envueltos en miedo, pero también de mucha
esperanza.
Al llegar nos registramos, fui al baño, hice unos cuantos
estiramientos, puse mi playlist, nos dieron conteo y ahí nos fuimos. Eran las 6:30am
y todavía estaba oscuro. Los primeros kilómetros fueron preciosos, con neblina
y ese olor a hierba mojada que no se me olvida.
En el primer check point nos recibieron unas Hadas (una de
ellas era mi tío Eduardo) que me gritó que no fuera llorón y que faltaban
muchos kilómetros. Me pusieron el primer brazalete (tenía que juntar 3 antes de
la meta para obtener la medalla).
Me perdí unos 500 metros, me salí de la ruta por no haber
seguido correctamente los lazos azules. Cuando vi que corría solo me devolví y
entonces me dirigí hacia la meseta. En el check point 3 nos recibieron los
payasos “wannabe runners”, uno de esos payasos era mi tío Juan. Que me motivó y
me dijo que me la llevara calmada, que era de los primeros. Ese check point fue mi favorito (sin quitarle mérito a los demás) pero traían muy buena fiesta. En general TODOS los voluntarios fueron unos héroes (amables a más no poder). No tienen idea de lo agradecido que estoy. Sin ellos simplemente no lo hubiéramos logrado.
Todo iba perfecto. Mis piernas todavía estaban fuertes y no
les había cargado demasiada exigencia. Hacia el kilómetro 20 aún no llegábamos
al Cerro Coronel. Ese cerro gigante que parecía imposible de subir. Debo
confesar que la mayoría de las subidas las caminé (a veces a gatas). Aún pienso que no hay bestia
humana que pueda corer esa altimetría tan exigente.
Al llegar al checkpoint antes de subir al cerro me armé de
valor y dije: Ya la hice "A huevo", grité. Subí
el cerro con mucho respeto. A veces lo corría, a veces lo caminaba, pero al
final logré ser el número 12. Al subir vi bajando al primer lugar varonil y
femenil. Fue en la cima que obtuve mi segundo brazalete.
Bajando el Cerro Coronel, tuve que pedir perdón a una veintena de personas que estaban haciendo hiking intentando subir el cerro. Sentí alivio porque
dije: Ya todo esto es bajadita (ingenuo). Todo era una mentira en realidad: Era volver a subir lo que se había
bajado. Mis piernas ya no podían más. Sufrí demasiado del kilómetro 30 al final de la carrera. Me dieron
calambres, me paré, me puse una crema contra el dolor muscular (Gracias mi amor, sin esa crema no lo hubiera hecho) la cual estuve usando a partir de ese
momento hasta el final. Conocí dolores que no había descubierto: En la cadera, en la espalda, en todas partes.
Llegué hasta la meseta y me dijeron: Ya nada más súbela,
bájala y listo. Jamás me imagine que la bajada de la meseta fuera tan enpinada
y llena de piedra. Odié a morir esa bajada. Mis pies la sufrieron mucho.
Ya por el kilómetro 43, cuando mis piernas ya no podían más,
me bañaron en agua fría en un check point y me dijeron: Te falta poco. Ya eran
6 horas 30 minutos.
Me fueron pasando varios corredores, pero les fui ganando
tiempo a algunos. Me hice amigo de Lupita, una corredora de Mexicali que me
ayudó basicamente a no desistir y seguir adelante. Ya no queríamos más subidas, pero nos
topábamos con algunas colinas. Ya en el kilómetro 47 nos fuimos preparando para
el gran final. Estuvimos platicando mientras corríamos. Nos dábamos ánimo. Nos
pusieron el tercer brazalete poco antes de cruzar la meta. Ella se adelantó. Se
lo merecía.
Yo me quedé a mi ritmo, y justo antes de cruzar la meta lloré de
satisfacción. Todo el dolor desapareció. Por un momento (porque sigo adolorido
y caminando como venado), pero adivinen qué….quiero más, ya no puedo parar. Esto
no es locura, es pasión. Me siento invencible y poderoso, y es que luego de no
haber podido terminar el año pasado los 25k por una lesión, mi hambre de llegar
a la meta fue mucho más fuerte.
Me encanta correr porque yo siento que es una metáfora de la
vida. Al correr estoy en contacto conmigo y me siento libre y en paz. Es una
tranquilidad que nada me ha podido regalar. Espero que la vida
me permita seguir corriendo como hasta ahora.Gracias Baja Trail Runners por este excelente evento. Gracias por inyectarnos pasión por el trail running. GRACIAS TOTALES.