jueves, julio 13, 2006

¿Me voy a morir?

Abrí el cuerpo despacio, así como una herida abierta que tarda mucho en cicatrizar, mientras abría apretaba los músculos, quería sacarme todos los cuerpos que habían habitado en el mío, pero mientras más tensaba más penetraba el recuerdo, mas allá de mis huesos y mi cabeza. Cada movimiento de Gustavo, así me dijo que se llamaba, me evocaba una imagen de mi infancia, eran golpes de diferentes intensidades que circulaban a mi alrededor, inesperadamente pasé del placer al dolor, no era uno físico si no visceral, uno que ardía las entrañas y me transportaba al Javier de 9 años. La panza de Gustavo, sus admirables lonjas que parecían dunas desérticas que alguna vez vi por la tele y toda esa grasa que le envolvía incluso los dedos mas pequeños del pie se desbordaba en mi cuerpo; debajo de toda esa carne asombrosamente encerrada en huesos antes compactos como un grano de arena, se escondía un hambre insaciable, feroz, como la de un niño recién nacido en el pecho de su madre.

Devoraba todos mis músculos, su sudor fluía como agua salada en mi piel, en cada gemido me entregaba una sensación de encierro. A sus 43 años, eso me dijo que tenía, no lograba entender mis gestos de tristeza, sumido en su tranquilidad de pelota, en su obsesión obesa de devorarme hasta la memoria, empecé a llorar pero mis lagrimas se confundían con el mar de su sudor, nada ni nadie podía interrumpir el plato fuerte, y aún faltaba el postre. De ahí nació mi fiebre, a partir de ese día nacería, crecería mi incertidumbre y estas ganas inmensas de vivir. Por mas de una semana intenté curar mi fiebre, mi sangre hervía en todas mis venas, compré cuatro bolsas de hielo, las metí a un tambo con agua casi congelada y me sumergí por casi siete horas. Hundido recordé el ciclo de la vida que mi maestra de primaria nos hacía memorizar todo el año en clase de naturales: Nacer, crecer, reproducirse y morir. Nacer, Morir. Me pregunté si eso era la vida, o si era un tambo siempre girando en el mismo lugar. Sida. Y si tenía el virus del HIV, si de pronto mal intencionadamente, si por fin, tras mis intentos fallidos por matarme había encontrado la forma idónea. Quise salir de la profundidad de mi duda y fui a buscar a Gustavo al bar donde nos conocimos, sus características eran concretas: Gordo, muy gordo, con un fleco en medio del pelo y cuello muy pequeño, casi inexistente. Lo encontré en el baño del Jibarito casi al amanecer acompañado de un cholo chimuelo, en la misma posición que nosotros empezamos a hacerlo en los cuartos Tucán. En ese instante sudé de verlos, cada movimiento de Gustavo me regresaba a mi infancia de nuevo, mi pelota perdida en la alcantarilla de la casa de mi abuela, el techo lleno de cáscaras de plátano que yo y mi amigo aventábamos pidiendo un deseo, el paletero guapo y sonriente que me regalaba bolis por un beso en el cachete. Toda mi vida se redujo a ese instante, después de todo mi vida era tan corta como el cuello de Gustavo.
Desmayé o eso creo con todo y los 42 grados de temperatura que padecía. Un beso boca a boca de Gustavo me despertó de esa oscuridad, no podía abrir los ojos, no quería abrirlos, verlo a él con su cara mal rasurada, preguntándome si me sentía bien, las mismas preguntas de rutina que estoy obligado a contestar. Me recorrió un miedo que iba desde los ojos hasta mi ombligo, llevé mis manos hacia el cuello de Gustavo y las apreté tan fuerte que yo mismo no podía respirar. El cholo chimuelo intentó detenerme pero como un niño que acaba de perder su pelota le escupí las veces que fueran necesarias para dejarme hacer el acto mas inofensivo e ingenuo de mi vida, tan solo quería saber si me iba a morir, quería saberlo. Respóndeme Gustavo, ¿Me voy a morir? ¿Cómo me voy a morir?. El cholo corrió escupido hacia la calle para buscar un policía, Gustavo se quedó quieto, con las respuestas en los cachetes, creo que faltó un segundo mas para que se sofocara, la gordura de sus párpados se desinfló, su cuerpo ya sin aire dio un impulso, su pecho se convulsionó, empezó su cuerpo a retorcerse ligeramente, cayendo al piso una y otra vez, cuando Gustavo se incorporó ya estábamos apretados los dos en una patrulla junto con seis personas mas. En ese momento hubiera querido nacer muerto, ahorrarme el recorrido, el fastidioso, largo y casi obligado viaje hacia lo desconocido. ¿Esto era la vida? Un viaje largo, inevitablemente hacia lo desconocido, lo invisible.En un cuarto blanco de dos metros por dos, sacaron muestra de mi sangre, una sangre azulada, con células moribundas, cansadas de navegar por las venas.
A Gustavo le detectaron el virus del HIV, y a mi, nada, una perfección absoluta en el examen, porqué ni siquiera él, con su carita de dulce no había podido infectarme. Me invadió una fiebre más fuerte que las anteriores, me sumergí en el tambo e idee una forma más eficaz de morirme: ahogarme, no salir de esa agua congelada, hundirme en mis muertes, en las madrugadas que me sueño lleno de vida, faltó un segundo yo creo para ahogarme, recordé el techo, los bolis, mi miedo a la muerte. Unas ganas inmensas de vivir estaban naciendo en mi pelo y bajaban hasta llegar al lunar en el dedo gordo de mi pie.