sábado, diciembre 02, 2006

Llévame a Bangladesh.


Eran de nuevo las dos de la mañana, un viento helado lo hizo sentir en la espalda piquetes de aguja y después silencio, a lo lejos alcanzaba a oír los ladridos de la perrera municipal. Traía un chaleco rosa aguacate que confeccionó con la ayuda de su tía Socorro. Tardaron una semana en conseguir la tela, Arturo quería que la etiqueta fuera Made in Bangladesh. Por la tele vio que las telas de Bangladesh tienen mejor color y resistencia. Esa madrugada se dio cuenta que era un coleccionista involuntario de etiquetas internacionales, de las más raras, países complicados de pronunciar. Cambodia, Sri Lanka, Siria, Cumbria, Qatar, Tokyo y un etcetera casi interminable, todas ellas en la parte trasera de su ropa, escondidas. Porque cuando una etiqueta sale a relucir, es como si te quedaras en calzones, decía.
En ese instante se preguntó que tan lejos estarían esos lugares como para ir corriendo hacia ellos y olvidarse de la espera, esa cansada mirada hacia si mismo, ese parpadeo impuesto hacia las luces de la ciudad. Su infortunio era una cuestión de estrategia, el parque donde esperaba estaba por demás solitario y alejado del centro, él era innovador en su oficio, sabía que ir hacia el parque Las Cruces, le traería lo de siempre y él odiaba la rutina. Se inició a los 14 años, entonces Las Cruces no era lo que es ahora, era un lugar alumbrado, el centro de reunión familiar por excelencia. Su tía Socorro lo dejaba ahí jugando a las cartas con su vecino Beto, ella tenía que trabajar toda la noche en la cenaduría de la esquina. Poco a poco Arturo y su tía Socorro se acostumbraron a dormir de día, a convivir con sus lagañas y ojeras pronunciadas, esto ayudó, desafortunadamente, a abrirse los ojos a la realidad bastante tarde. La dinámica de Las Cruces cambió de una noche a otra, empezó uno y terminaron 43, distribuidos en cada banca del parque, con sus respectivas condiciones, cobros, edades y nombres en una cartulina pegada a sus espaldas. La cenaduría empezó a tener bajas ventas y tuvo que cerrar, la tía Socorro consiguió trabajo en la entonces primera maquiladora del lugar. Arturo no recuerda, o no quiere recordar como fueron sus inicios en Las Cruces, al principio era él quien vendía los condones a los 43, no podían ser mas porque no había bancas para todos, fue cuando el 43 enfermó y se retiró del oficio cuando Arturo apartó su banca al lado del kiosko, la más concurrida por los clientes, el lugar mas estratégicoy menos alumbrado de todo el parque.
Esto provocó envidias, pero los demás tuvieron que adaptarse y lo nombraron supervisor. Su vecino Beto fue su primer cliente, nadie de los dos lo sabia, habían perdido contacto años atrás, Beto empezó a discutirle a Arturo sobre el horrible, mal hecho y minucioso sexo oral que le había realizado, entonces los dos cayeron en cuenta que eran buenos amigos y no hubo pago alguno, solamente un adiós entre las piernas.
La tía Socorro se hizo vieja, amiga de telenovelas y cobijas, fue ella la de la idea de los chalecos de colores, Arturo lograba casi 50 servicios en una noche, los demás gozaban de por lo menos 3 o 4, y es que él era el mejor de Las Cruces, piel de miel, ojos de perla, cuerpo de ángel y demás apodos que cada noche acumulaba. Llegó al parque el número 44, un jovencito de 15 años, de aspecto más bello que cuando el empezó, los clientes se iban con la carne más selecta, no importaba la fila ni la cantidad, Las Cruces era como una carnicería vestida de parque, se llamaba así en honor a la iglesia situada al costado del lugar. Arturo, con la boca callada y el cuerpo cortado no tuvo otra opción mas que irse al nuevo parque en construcción de la ciudad, símbolo para reforzar los valores sociales y la armonía, para renacer la convivencia familiar de la ciudad y hacer del parque un lugar de esparcimiento, con una biblioteca de 3 pisos, los mejores árboles tropicales de Centroamérica e iluminación láser importada de Inglaterra. El proyecto fue un fracaso, la gente no salía a los parques, prefería divertirse en sus hogares. Arturo no tenia éxito en ese parque mundial, su tía Socorro apenas y podía hablar, repetía frases celebres de telenovelas y programas matutinos, ella sólo tejía entre montones de retazos de tela de todos los colores, confeccionándole chalecos de tela importada a su sobrino Arturito, tejiendo se cura la vida, decía. Esa noche Arturito traía el rosa aguacate, un mini cooper calvo pasó a su lado y lo invitó a subir, Arturo se quitó su anuncio de la espalda que no había quitado en tantas noches y lo tiró a la calle, el mini cooper lo llevó al mejor motel y prometió concederle un deseo. Arturo abrió lo ojos, sus ojeras por un momento desaparecieron, se preguntó si por fin la espera había terminado, si dejaría de sentirse perro abandonado. Bangladesh Beto, dijo susurrando, llévame a Bangladesh.