miércoles, marzo 21, 2007

El Latido.

Llegué envuelto en periódico, la sección de sociales cubría mi cara, el Señor me vio a los ojos, paré de llorar, limpio mis orines, me arropó con una cobija y preguntó a los vecinos mi procedencia. No recuerdo haber venido de algún lugar, se que nací feliz, mi cuerpo raquítico me lo susurra. Hay algo cuando naces, un golpe o una imagen, que te borra la memoria del inicio, del vientre, del cordón umbilical. Los recuerdos se transforman en algún gesto, palabra o exceso, en un latido desapareces y vuelves, el mundo se vuelve más grande y tú más pequeño. Sólo recuerdo la sonrisa del señor rodeada de vello, sus dedos chuecos, con uñas más que mordidas. Y luego, la sensación del baño, del vapor caliente en mis pulmones, el sueño. Crecí, supe que mi nombre era Pepe, el Señor me mandó a la escuela, cuidó de mí, me compró una bicicleta. De pronto era como si mudáramos de casa, lo que era un terreno vacío se convirtió en la mansión blanca, así le llamaban los vecinos.
Hace dos meses que dejé de dormir en la cama del Señor, me había acostumbrado a roncar con él, a depositar mis miedos en sus brazos y espalda, a soñar en la orilla de su cama, a orinarme cada vez menos. Tenía hasta hace un tiempo, derecho a orinarme tres veces a la semana, ahora ha cambiado, mis ansias las he depositado, como el Señor, en mi dentadura, no he podido dejar de morderme los dedos, siento que debo comer algo de mi. El Señor me ha hecho un cuarto especial al final del pasillo, una televisión gigante del tamaño de una pared, ha comprado muchas películas y disfraces, me ha tomado fotos con él, sin ropa, es un juego que a mi no me gusta, pero tengo esa imponente debilidad de ceder. Invito a mis amigos de la preparatoria a estudiar, les gusta estar conmigo todo el día jugando a las escondidas en esta gran mansión, cuando se van siento el hueco, todos esos cuartos vacíos se parecen a mi, no hay nada, ni un espejo donde se puedan reflejar sus paredes, no entra la luz porque no hay ventanas, hay un eco interminable, los gritos atrapados en sí mismos, un solo color, como si la vida fuera así, blanca, simple, insípida.
El señor me llevó a un bar, me ha dicho que tengo que trabajar muy duro para pagarle lo que me ha dado, si no, traeré la culpa en mi cabeza por la gran deuda acumulada año con año. Me pone pelucas y me rasura, me pinta el cabello y la cara, me compra tacones y vestidos, si le gusta mi trabajo me dirá quienes son mis padres y me llevará con ellos. En el bar me han puesto un apodo y enseñado a caminar y cantar, es extraño ver tanta parálisis acumulada en las piernas, movimientos robóticos que dan aire de gracia y sutileza, es confundir la vida y la muerte en un solo golpe, traer la muerte en las pestañas o la vida escondida en algún codo, es jugar a la vida, tantearla en el borde, ser atravesado por luces, transparentado por miradas perdidas parecidas a la mía, palabras que viajan de ellos hacia mi, formando alguna canción indescifrable. Mis piernas flacas hacen juego con mis hombros y mi cintura, mi forma esquelética me dice que yo también, de alguna manera, estoy muerto. El Señor ha venido por mí, en su camioneta blanca hay una selección preliminar de los primeros participantes, los elegidos tendrán la fortuna de regalarle la vida a quien lo desee, alguien mas vivirá por ellos.
Somos 13, el Señor nos ha aprobado, solo falta un participante pero desde aquí se oye convincente el examen. No hemos podido dormir, hay un silencio que ahoga en la sala de esta mansión, el numero 14 ha salido desnudo del cuarto principal, el Señor nos ha instalado en nuestros cuartos, si tan solo viera mis ojos adivinaría mi coraje, tan solo nos encierra bajo llave y nos pide esperar el día siguiente.
Estamos separados uno del otro, afuera de las puertas, hay una fiesta abajo pero nosotros no podemos ir, esperamos la hora, los clientes hablan otros idiomas que el Señor puede entender, decido bajar al primer piso y hablar con el Señor, de otra manera tendré que salir corriendo. Imposible, los trece me cierran el camino, hay que saber esperar, estamos jugando y hay que saber jugar. Me mareo, mis piernas pierden fuerza, oigo pasos desde las escaleras, los hombres vienen hacia acá, cada uno elige y cierra la puerta, el Señor me ha elegido a mí, el mundo tiembla y yo soy el epicentro, me ve a los ojos, ha envejecido en muy pocos días, sonríe largamente, la deuda es grande y hay que cumplirla, abro mi boca, antes de decir una palabra siquiera, me tira contra la pared , el fondo blanco palpita, se vuelve negro. Un latido me desapareció y el mundo, en la mañana seguía ahí, no estaba en la mansión blanca, estaba en un campo grande, detrás de un árbol, desnudo, un hilo de orín se deslizaba entre mis piernas.