sábado, marzo 12, 2005

Muy Mentirosa.

Cuquita vaga con las nubes desde la ventanita de ese baño, a veces se despeja con el cielo, abre su cuerpo al sol hasta desaparecer, haciéndose tan liviana y volátil como el aire. Entonces, ya no es ella la que espera el atravesar de los aviones, si no una nube pequeña que se nubla poco a poco y llueve con sus ojos inesperadamente sobre el cabello chino de su maniquí llamado Ofertona. Hace cuatro días, Cuquita todavía escribía la sigla de su nombre, la de su novia Meche y la de Ofertona en el vidrio empañado de la ventanita por las mañanas. Pero ahora, desvanece su dolor apretando los dedos y dibujando sólo dos siglas en esa única ventanita del cuarto telarañoso y polvoriento donde viven, sumergido en cajas sin desempacar y en ropa revuelta sin dueña, con las paredes húmedas y el techo quebrantado de tantas goteras que se le han formado. Para ella sólo queda esa ventanita, donde se le anuda la garganta de secretos, donde recuerda el sabor de sangre en la boca de la última pelea con Meche.
Es difícil imaginar la muerte de alguien, más cuando ese alguien juega contigo a las escondidas desde chiquita, pero Cuquita se imagina la muerte de Meche todas las mañanas sin querer, se transporta al lugar de los hechos y en su cabeza se repite la imagen del borde del ultimo escalón donde se cayó su Mechita, agarrada de un tubo inexistente, después, enganchada a su brazo y a la puerta de la calafia 619 que tomaron para irse a su estética. Pero lo ultimo que ve en su cabeza es el chofer diciendo: “Se hubieran recorrido mas pá tras”. Y es que las calafias son así, hacen sudar, aplastan, sofocan y te avientan a la banqueta mas próxima, la gente de la calle no puede explicarse como puede caber tanta gente en tan poquito espacio. Cuquita ha vivido encerrada en ese cuarto desde que murió Meche, se la pasa bailando tango con Ofertona, no ha ido a trabajar y hasta le han tocado en su puerta y dejado recaditos : “Necesito que me hagas un peinado para la boda de mi hija y un manicure” “Muchachas, ya abran el local, quiero ser otra, no aguanto mi pelo, ya lo tengo hasta las rodillas”.
No ha podido ordenar nada de lo suyo, le da miedo no acordarse donde pone las cosas. Para ella, estar con Meche significaba una búsqueda terca de escondites, una maraña de dudas y prejuicios, de alarmas que nunca encendían; estar con ella significaba esconderse sin derecho a pedir kimis ni a hacer trampa, esconderse con el afán de hacerse invisibles a los ojos de los demás, esconderse para no tener la conciencia picando el deseo en la piel, para llenarse de laberintos que solo ellas podían recorrer. Cuquita ahora dice que el cuerpo estático y blanco de Ofertona es de ella, le alacia su cabello todas las mañanas, la maquilla y la viste con la ropa de Meche; es tan idéntica a ella, su rostro y perfil, la cadera, el ombligo y los senos. Le repite muchas veces las mismas historias mientras le quita un brazo o una pierna, le cuenta de cuando ella se masturbaba de pequeña en la andadera, de cuando se robó unas paletas de hielo y se las comió todas a la vez, de cuando sentía que ella era un papalote y Meche era el hilo que la hacía atorarse en un poste o en un árbol. Cuando termina de contarlo todo, Ofertona ya no parece maniquí digno de posar en una tienda departamental, si no una masa deforme y muy chistosa. Cuquita no recuerda mucho hace cuantos días tuvo la pelea con Meche, lo que si recuerda es el sabor de la sangre, el escurrir de lo caliente por su cara y sus manos, de cómo la azoto contra la pared, de la rabia que le provocaba su propuesta de invitar a una clienta a la casa para que todo fuera más divertido y lo que era de dos fuera de tres, que ella ya le había dicho a todas las señoras lo de su relación homosexual para ver quien se animaba. Cuquita sólo recuerda como las palabras se le resbalaban por la lengua, se iban desatando y escurriendo como baba, como no soportaba la repugnancia y asco que percibía de la gente, como tanta vergüenza podía transformarse en violencia y al final en una necesidad de encierro, en un querer vagar entre nubes como un papalote libre y ligero, en un impulso por abrir la boca para decir los secretos atorados. Cuquita siempre ha sido muy mentirosa, tanto, que se cree que ese cuarto es suyo, trabaja en una estética, el cuerpo de Meche es sólo de ella. Tan mentirosa, que se inventó que hace cuatro días Meche murió a causa de un exceso de pasajeros.
Alguien derriba la puerta, Cuquita abre la boca para decirle a Meche: “No tengo secretos que guardarte, ya todos te los sabes, mis secretos nunca lo fueron para ti , ya no quiero mentirme. No estoy enojada y no quiero que te mueras ¿Sigues sangrando? ”. Pero, en la primera palabra pasa un avión, su ruido exige silencio. Un eco por el cuarto, y en la puerta una clienta desesperada que quiere un peinado para el cumpleaños de su sobrinito.