miércoles, septiembre 01, 2004

otro relato chaquetero:

Bien Venidas.

El caldo de res dejó de tener un sabor agradable para Donasia desde que contó sus arañazos y cicatrices del vientre que había dejado su ahora ex novia risueña con cara de fuchi apodada Tortillita. No era el limón lo que provocaba ese sabor amargo en el caldo, era el abandono de Tortillita que no la dejaba degustar placenteramente su caldo preferido. La conoció en su calafia cuando empezaba a pedirle la parada sin preguntar el destino ni la ruta deseada, nunca pagaba el pasaje con el pretexto de que no traía cambio y Donasia solo le hacia ojitos, como invitándola a un viaje sin tarifa ni paradas continuas. Donasia solía decir buenos albures y cantar a Selena mientras subía pasajeros en la 5 y 10 con destino a la Morita pero ahora solo quedaba ella, su cuarto de madera tapizado de los Yonics, el tatuaje de una tortilla en su brazo derecho y su calafia chocada. Sus calendarios se llenaron de cruces, obsesivamente contaba los días exactos sin su payasita, el kilo de duraznos de todos los viernes se había podrido, ya no había nada que desentrañar. Tortillita era la predilecta y la única que hacia reír a los niños en las piñatas de su colonia, en sus ratos libres era la botarga de una panadería cerca de su casa. Donasia nunca tuvo una novia como Tortillita, que le tendiera su cama, que cortara finamente las uñas de sus pies y la maquillara todos los días para el trabajo, sus relaciones de pareja no duraban mas de mes y medio, ella era una ridícula desvergonzada, cursi pero sensual, masticable como el centro de un durazno, de un encanto indefinible. Tortillita era una mujer vacía, con un deseo de orgasmo desatado, con lutos sucesivos que le dibujaban excesos en la cara. A las dos les gustaba bailar en el “Changas Night Club” y agarrarse de la mano sin temor a que les gritaran marimachas, les gustaba que las señalaran, se sentían profugas de la carne, viciosas, enemigas de pepenar tactos sudorosos y dedos largos. Cuando las dos ya no pudieron mas se treparon por la madrugada en el asiento trasero de la calafia de Donasia, bien venidas se tradujeron sus carencias, practicaron simulacros de incendio y gateando llegaron al volante, donde se murmuraron al oído prometiéndose no dejarse nunca y gemían en silencio ante sus visiones incapturables, ante esos dedos que descubrieron poco a poco lunares e improvisaron precipicios, ante ese volante que las manejó invocaron luces que las desviaron del camino. Ignoraron altos, chocaron con sus postes llenos de cables en cortocircuito y aligeraron los topes con caricias que iban buscando trozos de carne por calles sin nombre... inevitablemente se accidentaron y se fundieron con el sonido de un claxon interminable. Tortillita sabía que un nuevo fruto de su vientre había nacido y era hora de vencer, de tomar el volante con las dos manos y rasguñar sin freno ni piedad el cuerpo de su Donasia. La calafia quedó destruida, sin darse cuenta habían cruzado tres cuadras y una avenida a toda velocidad y habían chocado con una barda de un kinder. Al día siguiente Donasia se tatuó una tortilla de maíz en su brazo derecho, como símbolo de amor infinito. Pasaron dos semanas sin que tortillita volviera a la casa de su Donasia, y es que acababa de convertirse en una viuda lesbiana. Donasia nunca lo supo y ni siquiera se atrevió a pensar que su payasita tuviera un esposo y una hija de cuatro años. Cuando tortillita volvió al cuarto de Donasia no estaba vestida de negro, sino con una peluca roja nueva y un maquillaje mucho mas chistoso que otros días. Explicó a Donasia que desde hace dos años estaba tratando de ocultar y desaparecer la imperfección de su pasado, que estaba alegre porque su esposo por fin había muerto y podría entregarse completamente a ella, que podrían convivir las tres juntas una vida armoniosa. Donasia solo se quedó callada y con llanto inmediato corrió a su payasita con cara de fuchi, era increíble como todo se iba desmoronando, convirtiéndose en un desorden humillante y vergonzoso, se sintió escupida y angustiada, con ganas de desvanecer ese tatuaje en su brazo o convertirlo en tortilla de harina. A los dos días, Tortillita se subió sin saberlo a la calafia nueva de Donasia, sin preguntar su destino o la ruta deseada. Donasia la reconoció y vió con desdén a su hija de cuatro años...solo dijo con voz entrecortada: bienvenidas a bordo, aquí niños menores de 5 años no pagan pasaje.